Por Cristina Bulacio
Para LA GACETA - TUCUMÁN
El 14 de junio se cumplió un año más de la ausencia de Borges; a propósito de ello deseo hacerle un sencillo homenaje. Propongo al lector una mirada lúdica que consistirá –con la información tomada del notable libro de Javier Cercas El loco de Dios en el fin del mundo– en construir una dualidad Francisco y Bergoglio, semejante a la que hace Borges en Borges y yo. De saberlo, ambos hubieran ensayado una tenue sonrisa.
No hay encuentros casuales, solo citas impostergables dice el Maestro. Pues bien, mientras leía y hacía la crítica del libro de Cercas, me llega –por otras vías– un comentario de Borges sobre su trato asiduo y amistoso con Bergoglio, antes de ser Francisco, quien lo visitaba con frecuencia. Bergoglio muy joven era ya un amante de la literatura, y dictaba clases sobre la obra de Borges en un colegio de Santa Fe. Incluso hizo hacer a sus alumnos un libro con los trabajos de ellos sobre Borges.
El poeta y el jesuita se hicieron amigos; disfrutaban de una cultura semejante que les permitía abordar, en profundidad, temas de filosofía, teologías o política. Sin embargo, no olvidemos que los separaba un abismo. Borges era un agnóstico irredento, y Bergoglio, un devoto jesuita. Comenta Alifano, acompañante de Borges, algo muy interesante observado por Borges: si bien Bergoglio es un hombre brillante y sensato, tiene muchas dudas, como él mismo, lo que le parece extraño en un religioso, si bien al ser jesuita eso se podía entender. Los jesuitas son diferentes a otras congregaciones, “son transgresoras y tienen sentido del humor”.
Borges y Yo es un texto poético-filosófico en tanto –detrás de bellas palabras y conceptos precisos– el fondo del asunto aborda la identidad personal, con ecos de aquel Uno, ninguno, cien mil de Pirandello. Se presenta en él una dualidad insalvable entre el Borges público y el Yo íntimo, por diferencias en sus gustos, por carencias tal vez inconfesables, por la sencillez del Yo que crea nuevos temas para huir, pero estos, inmediatamente, son de Borges, el Otro, la figura pública convocante que aparece en libros y diccionarios. Sostiene hacia el final del breve texto. “Yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura”.
Cercas, en el libro citado, también habla de una dualidad entre Francisco y Bergoglio, pero en sentido contario. Aquí Bergoglio es el Yo íntimo, tal vez inconfesable, por eso “soy un pecador” y “recen por mi” son dos frases que se le escuchan a menudo a Francisco. Bergoglio en cambio es recordado como un hombre en cuya intimidad es autoritario, amante del poder, exigente; lucha cada día para escapar a sus debilidades y carencias propias de los hombres y llegar a ser Francisco, el hombre público, el valioso, el reconocido por el mundo entero como el Papa.
Francisco, el Papa, por el contrario, vive por y para los pobres, cree que el mundo no existiría sin la misericordia de Dios, desea aliviar el dolor y ayudar a los hambrientos; es un Papa ecologista, que se equivoca y pide disculpas, que conoce las cárceles, que siempre quiso ser humilde y cree en la misericordia de Dios sin condiciones. Ya transformado en Francisco, logró casi todo lo que se había propuesto por su fe en Jesús de Nazaret.
Así, la duplicidad que devela Borges está también en Francisco, como en todos los hombres. Del mismo modo que Borges tiene profundas dudas, las tiene Francisco aún siendo el Papa. La dualidad subsiste entre Borges y su Yo íntimo y entre Francisco y Bergoglio. Cabe preguntarse entonces en ambos casos: “¿Cuál de los dos escribe esta página?” Con seguridad, nunca tendremos una respuesta certera.
© LA GACETA
Cristina Bulacio – Doctora en Filosofía.